*Extracto
de la ponencia de Rafael
Reoyo en
las jornadas ''Miradas
sobre la asistencia sexual"
(Madrid, 24 de mayo de 2014), organizadas conjuntamente por Sexorum y
Sex Asistent Internacional.
Con la creación de la figura del asistente sexual se demuestra que las personas con diversidad funcional, por el echo de serlo, no tienen problemas para ejercer sus derechos sexuales contando con los apoyos técnicos y/o humanos necesarios.
Cualquier
problema es derivado de la discriminación, el apartheid y
la anulación de la personalidad a la que a menudo son
sometidos y que no les permite vivir en comunidad y en igualdad de
oportunidades y también por el rechazo social hacia
sus cuerpos alejados de los canones estéticos. Por
consiguiente, no son susceptibles de terapias relacionadas
con su sexualidad por el mero echo de ser o funcionar diferentes a la
mayoría.
Desde este enfoque, no sería posible concebir la asistencia sexual como una terapia que, como tal, pretenda conseguir unos objetivos predefinidos con el fin de restaurar unos supuestos patrones de 'normalidad', ni tampoco cabría hablar de un límite de sesiones o cualquier otra restricción impuesta por terceras personas, porque sería reconocer la no aceptación de la diversidad humana.
Si
bien el objetivo primordial de la asistencia sexual, acorde con el
marco coneptual planteado desde Sex Asistent, los
objetivos de la asistencia sexual hacen referencia a valores y
principios como la autonomía, la autodeterminación,
el empoderamiento, la calidad de vida y
los derechos humanos, los cuales van unidos al concepto
de inclusión. Según este marco teórico, la
“asistencia sexual” con fines terapeuticos debería de llamarse
de una forma diferente porque el/la asistente sexual no es
un terapeuta ni alguien que dirija, corrija, decida,
autorice, imponga o prohiba sobre la sexualidad de las persona con
diversidad funcional ni sobre sus "trastornos sexuales". Es
un medio para que las persona con diversidad funcional que quieran
puedan hacer valer sus derechos, sus deseos y sus necesidades
sexuales con dignidad e igualdad de oportunidades.
En ese sentido, un/a asistente sexual debe de ser algo parecido a
un asistente personal: su labor no es la de cuidar sinó
la de facilitar aquellas cosas que la persona con diversidad
funcional no puede hacer por él mismo, pero si son quienes deciden
cuando, cómo, dónde y por quién se hacen.
El servicio es diferente en cada uno de los países dónde ya funciona
la asistencia sexual como actividad de carácter profesional, en
función de consideraciones morales, éticas, religiosas. También
sobre la visión social de la diversidad funcional y cuestiones
legales en relación a los servicios sexuales de pago. Pero en la
mayoría de países tiene una clara tendencia hacia al
asistencialismo y el carácter terapéutico de esta práctica. Por
eso Sex
Asistent ha
decidio crear su propio modelo, único en el mundo en su
planteamiento en sexualidad placentera, también para las personas
con diversidad funcional, como medio de empoderamiento y de que
cambie la visión social negativa hacia la diversidad funcional.